En su tercer día en Papúa Nueva Guinea, Francisco viajó a la costa del país. Fue recibido por uno de los tres misioneros argentinos que invitaron al papa a la diócesis de Vanimo.
Allí escuchó los relatos de un matrimonio, una religiosa y una catequista, que explicaron los problemas que enfrentan los misioneros. Solo quedan 15 en la diócesis.
Nos enfrentamos a muchos retos, como las tasas escolares de nuestros hijos y la necesidad de vivienda para nuestras familias, el acceso a la sanidad y la educación, y el transporte.
Las misiones comenzaron en el país en la década de 1850. Ahora, los católicos son un 30%. En su reflexión, el papa se refirió a la belleza natural del país. También animó a los presentes a utilizarla para ayudar a superar la división, especialmente entre las más de 300 tribus del país.
FRANCISCO
Formaremos así, cada vez más, como una gran orquesta ―como tanto le gusta a María Joseph, nuestra violinista―, capaz, con sus notas, de acabar con las rivalidades, de vencer las divisiones ―personales, familiares y tribales―, de expulsar del corazón de las personas el miedo, la superstición y la magia; de terminar con los comportamientos destructivos como la violencia, la infidelidad, la explotación, el consumo de alcohol y drogas ―males que aprisionan y hacen infelices a tantos hermanos y hermanas, también aquí.
Tras su reflexión, Francisco dejó una rosa de oro a los pies de una imagen de María. Esta solo se entrega en las visitas papales a santuarios marianos.
KG
TR: CA