Antes de comenzar con su agenda del día, el papa recargó fuerzas desayunando. Y no lo hizo solo; tampoco se fue a un bar. Estuvo aquí, en una iglesia del siglo XIX. Y la compañía: nueve hombres y mujeres refugiados o con necesidades económicas.
Pero esos cafés y croissants no son una excepción por la visita de Francisco. Cada mañana, este templo abre sus puertas para que las personas sin recursos puedan comenzar su día.
Los que van a esta parroquia tienen, además, la oportunidad de aprender un oficio. En este caso, produciendo cerveza. También, se la regalaron al papa...
Me alegra ver cómo aquí el amor alimenta continuamente el compañerismo y la creatividad de todos. Incluso se os ha ocurrido «La Biche de saint Gilles», y me imagino que es una cerveza muy buena. Por la tarde os diré si es buena o no.
Según la Cruz Roja belga, Bruselas contaba a principio de año con 7.000 personas viviendo en la calle, muchos de ellos niños. Una realidad poco conocida y que sorprende. Sobre todo, porque cerca de los sitios donde se hace esta pastoral está el centro del corazón político y económico de la Unión Europea.
CA