Esta es la primera imagen que dejó la mañana del Jueves Santo: el baldaquino de Bernini totalmente recubierto debido a las obras de restauración y una marea de sotanas blancas.
Unos 1.800 sacerdotes estuvieron presentes en la basílica de San Pedro para celebrar la misa crismal, que presidió el papa como obispo de la Diócesis de Roma.
Francisco se dirigió a sus presbíteros pronunciando una homilía muy profunda de más de 20 minutos en torno a una palabra que, como él mismo dijo, está pasada de moda, pero que hay que redescubrir: la compunción.
FRANCISCO
No es un sentimiento de culpa que nos tumba por tierra; no es una escrupulosidad que paraliza, sino un aguijón benéfico que quema por dentro y cura, porque el corazón, cuando ve el propio mal y se reconoce pecador, se abre, se acoge a la acción del Espíritu Santo, agua viva que lo sacude haciendo correr las lágrimas sobre el rostro.
Francisco agradeció a los sacerdotes sus fatigas, y les animó a redescubrir el camino de la infancia espiritual y a no tener miedo del llanto ante las dificultades de la vida.
FRANCISCO
Bajo este aspecto, sería bueno que ocurriese al revés de como sucede en la vida biológica, en la que, cuando crecemos, se llora menos que cuando se es un niño. Sin embargo, en la vida espiritual, donde llegar a ser niño cuesta, quien no llora retrocede, envejece por dentro, mientras que quien logra una oración más sencilla e íntima, hecha de adoración y emoción ante Dios, este madura.
Este día, la Iglesia recuerda la institución del sacramento del sacerdocio. Por ello, al terminar la homilía, tuvo lugar la renovación de las promesas sacerdotales.
En esta celebración, tuvo lugar la consagración del Santo Crisma, el aceite con el que se unge a los nuevos bautizados o a los nuevos obispos y sacerdotes.
También se bendijeron los Santos Óleos, que se utilizan, por ejemplo, para impartir el sacramento de la unción de enfermos.
CA