El cansancio en el último día de la JMJ no impidió a los jóvenes congregarse en el paseo marítimo de Algés. Todavía les quedaban fuerzas para animar a Francisco a su paso en el papamóvil.
Este encuentro final tuvo lugar con los más de 25.000 voluntarios de 150 nacionalidades distintas de esta JMJ. En ellos, se podía palpar la felicidad, mezclada con lágrimas de emoción.
En su discurso, el papa se refirió a localidad de Nazaré, al norte de Lisboa, que tiene un gran atractivo para los surfistas: desafiar olas de hasta 30 metros de altura. Lo hizo para hablarles del servicio que han prestado a los demás durante esos días.
FRANCISCO
En estos días, también ustedes también han afrontado una verdadera ola, no de agua, sino de jóvenes. Jóvenes como ustedes, que han inundado esta ciudad, pero con la ayuda de Dios, con mucha generosidad, y apoyándose mutuamente, ustedes han desafiado la gran ola.
Y siguiendo esta línea, Francisco les encomendó una tarea: que sigan surfeando las olas de la vida.
FRANCISCO
Quiero decirles que sigan así. Síganse manteniendo en las olas del amor, en las olas de la caridad. Sean surfistas del amor. Sean surfistas del amor, y eso es como una tarea que les encomiendo en este momento. Que el servicio que han hecho a esta Jornada Mundial de la Juventud sea la primera de muchas olas de bien.
Tras las palabras del papa, un joven le explicó el significado de la pulsera que llevaron todos los voluntarios en la JMJ.
Visitamos hospitales, prisiones, residencias de ancianos, centros de apoyo a personas con discapacidad. Para llevar con nosotros a las personas que visitamos, pedimos a cada una que escribiera su nombre en una pulsera.
Una voluntaria fue la encargada de dársela al papa. Y, tras este emotivo abrazo, el pontífice ponía rumbo al aeropuerto recorriendo por última vez las calles de Lisboa.
Y así, acompañado por el presidente de Portugal, llegaba el papa al avión. Francisco se despedía, de esta forma, de su cuarta Jornada Mundial de la Juventud.
CA
