El Papa emérito ha dejado escrito un testamento espiritual breve, pero muy rico en contenido. Apenas una página, en donde aporta cuatro elementos clave, que dicen mucho de su historia y de su personalidad.
En primer lugar, está la relevancia de la familia. Benedicto XVI recuerda cómo en su hogar de Baviera, con sus padres, recibió una luz clara, que le ha iluminado todos los días de su vida. La fe de sus padres y el afecto de sus hermanos, con los que siempre pudo contar, ha sido fundamental.
Después está el agradecimiento a los amigos, sus colaboradores en el trabajo intelectual y en el Vaticano y a la patria, la región de Baviera, en Alemania. En esa tierra asegura que siempre había visto brillar el esplendor del Creador mismo.
A partir de ahí es especialmente importante la demostración de humildad y bonhomía del pontífice emérito. Pide perdón de todo corazón a todos aquellos a los que se hayan sentido agraviados por él.
Y por último, el final de su testamento se centra en uno de los mensajes clave de su trayectoria, que nos refería en un mensaje del año 2010:
PAPA BENEDICTO XVI
“Que no hay oposición entre fe y ciencia, y que estudiando las leyes de la materia se puede llegar, por analogía, al autor de la creación: la fe y la razón no se excluyen, sino que se armonizan y complementan”.
Es algo que aplica especialmente a la persona de Jesús de Nazaret, sobre quien ha realizado una profunda investigación teológica e histórica a lo largo de su vida. Frente a diversas teorías que se han ido demostrando falsas, como el decir que hubo un Jesús histórico y otro que fabularon los apóstoles, Benedicto XVI ha contribuido de forma magistral a fundamentar la verdad histórica de Jesús.
Por ello, no es extraño que en su testamento reafirme que Jesucristo es verdaderamente el camino, la verdad y la vida. Además de que la Iglesia, con todas sus insuficiencias, es verdaderamente su cuerpo.
No son meras frases vacías. Se trata de afirmaciones que ha razonado en sus investigaciones y explicado en sus libros. Estudios que le permiten afirmar cómo las aparentes certezas contra la fe se han desvanecido, demostrando no ser ciencia, sino meras interpretaciones filosóficas.
AO