En el vuelo de regreso a Roma de Kazajistán, buena parte de la conversación con los periodistas se centró en la guerra en Ucrania. Se habló de si es lícito defenderse de un agresor y pasar armas al agredido y di hasta qué punto se puede dialogar con el que provoca la guerra.
Esta es una decisión política, que puede ser moralmente aceptada, si se hace según las condiciones morales, que son muchas. Pero puede ser inmoral si se hace con la intención de provocar más guerra o de vender armas o de descartar las armas que a mí no me sirven más. La motivación es la que en gran parte califica la moralidad de este acto. Defenderse es no solo lícito, sino que es también una expresión de amor a la patria. Quien no se defiende, quien no defiende algo, no lo ama, y en cambio quien lo defiende, ama. Ahí es necesario ver otra cosa que dije en mis discursos y en la que se debería reflexionar aún más sobre el concepto de guerra justa.
Yo no excluyo el diálogo con cualquier potencia que esté en guerra y que sea el agresor. Hay veces que el diálogo hay que hacerlo así. Apesta, pero se debe hacer. Porque de lo contrario cerramos la únia puerta razonable para la paz.