Existen en Sicilia tanto comportamientos y gestos de grande virtud como otras crueles brutalidades. Se ven obras maestras de una belleza extraordinaria como también escenas de una negligencia mortificadora.
E igualmente, frente a hombres y mujeres de gran cultura, muchos niños y adolescentes no van a la escuela y se pierden una vida humana digna.
La cotidianidad siciliana tiene tintes fuertes, como el intenso color del cielo o de las flores, del campo y del mar, que resplandecen por la fuerte luz del sol.
No es casual que se haya derramado tanta sangre por la mano de los violentos sino también por la resistencia humilde y heroica de los santos y de los justos, servidores de la Iglesia y del Estado.
La situación actual de Sicilia está en regresión desde hace años. Un señal clara es la despoblación de la isla debido a la caída de la natalidad (este invierno demográfico que estamos viviendo todos) y la emigración masiva de los jóvenes.
La desconfianza en las instituciones alcanza niveles elevados y el carácter disfuncional de los servicios dificulta el día a día a pesar de los esfuerzos de personas válidas y honradas que se esfuerzan para cambiar el sistema.
Es necesario entender cómo y en qué dirección está experimentando Sicilia un cambio de época y qué caminos podría tomar para proclamar el Evangelio de Cristo entre las grietas de este cambio.
Esta tarea, a la vez que se confía a todo el pueblo de Dios, nos exige a los sacerdotes y a los obispos un servicio completo, total y exclusivo. Frente a este gran desafío, la Iglesia también sufre la situación general con todas sus cargas, registrando un descenso de las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, pero sobre todo un creciente desapego de los jóvenes.
A los jóvenes les resulta difícil percibir en las parroquias y movimientos eclesiales una ayuda en su búsqueda del sentido de la vida.
Y no siempre ven en ellos una diferencia clara con las viejas formas de actuar, erróneas e inmorales, para tomar con decisión el camino de la justicia y la honestidad.
RM