Una llamada telefónica de un hijo que se creía muerto es una alegría indescriptible para una madre a la que se le agotaba la esperanza.
Mohamed Daood pasó dos años en un centro de detención en Libia donde las torturas, el miedo constante y la miseria se convirtieron en su día a día.
MOHAMED DAOOD
Refugiado
“Nos golpeaban. Nos decían que éramos esclavos. Así hacían con todos nosotros. Además nos privaban de comida”.
Mohamed asegura que no solo el abuso físico le dejó una huella profunda. También lo hicieron las agresiones verbales que minaron su dignidad.
MOHAMED DAOOD
Refugiado
“Llamarme “esclavo” me dolía más que los golpes. Ponte en mi lugar. Cuando alguien te dice que eres un esclavo... Yo pensaba: “Mátame pero no me llames esclavo porque yo sé lo que soy y sé quién soy”.
El joven era estudiante en su Sudán natal, en la zona de Darfur. De allí huyó por la guerra con la intención de llegar a Europa en busca de una vida en paz.
Por desgracia, Libia es un paso obligado en este camino. Allí Mohamed conoció el infierno. Perdió todo contacto con su familia que creyó que había muerto. Pasados dos años de calvario, ACNUR trasladó a Mohamed a Ruanda, uno de los pocos países que ha aceptado evacuaciones humanitarias desde Libia.
MOHAMED DAOOD
Regugiado
“Siento que he vuelto a casa. Ahora este es mi hogar. Siento que esta es mi casa porque veo en los ojos de los ruandes que realmente aman a los demás. Por eso, adoro este país y a esta gente”.
Mohamed ejemplifica en carne propia las consecuencias de las guerras.
Casos como el suyo no han dejado indiferente al Papa Francisco que denuncia que los centros libios son auténticos campos de concentración. Hace poco, en un encuentro con refugiados en el Vaticano pidió la evacuación inmediata de estos lugares. Fue durante la inauguración de esta cruz hecha con el chaleco salvavidas de un migrante muerto en el mar, alguien que como Mohamed, solo buscaba una segunda oportunidad lejos de la violencia y la precariedad.
Claudia Torres
Traducido por Carlos Kestler