El 19 de octubre de 2012 Maurice Agob estaba en la tienda de bebidas alcohólicas abierta por sus hijos en Alepo, Siria. Irrumpieron tres fundamentalistas islámicos, le apuntaron con un arma y le ataron las manos. Le robaron todo lo que tenía y lo metieron en el maletero de un coche. Luego pasó dos días sin comer en una habitación abandonada junto a otros presos, esperando el destino fatal.
MAURICE AGOB
“Lo primero que uno siente es miedo, porque las noticias que nos llegaban decían que asesinaban a todo el que secuestraban. Tenía miedo de la muerte. Sin embargo, lo que experimente gracias a la oración, la más larga de mi vida, fue serenidad y fe en Dios. Cuando antes del interrogatorio me abandoné en Él sentí una paz interior que me hizo superar esta dolorosa experiencia”.
A Maurice lo acusaron promover el consumo de alcohol, algo prohibido para los musulmanes. En el interrogatorio les convenció de que el negocio no era suyo y de que él no era enemigo de los musulmanes. Es más, les dijo que como cristiano, rezaba por ellos. Su testimonio terminó por convencerlos y hasta conmovió a uno de sus secuestradores, quien le pidió perdón por haberlo tratado mal.
MAURICE AGOB
“Experimenté qué se siente al perdonar cuando uno de ellos me pidió disculpas. Le dije que lo perdonaba porque mi Señor, el Señor Jesús, me enseñó a perdonar y a amar a los enemigos. Le dije que no lo consideraba un enemigo sino un hermano y que debíamos querernos los unos a los otros para perdonarnos, caminar juntos y mejorar nuestro país juntos”.
Maurice fue liberado y regresó a casa donde todos lo esperaban angustiados. Ahora vive refugiado en Bélgica junto a su familia.
Nunca habló de esta terrible experiencia hasta que fue contactado por el Comité Católico Episcopal de Alepo, un órgano que recopila historias de cristianos ejemplares.
Javier Romero