Cada 4 de agosto la Iglesia celebra al santo cura de Ars, el sacerdote francés San Juan María Vianney, al que en 1929 el Papa Pío XI declaró patrón de todos los párrocos y sacerdotes. Con motivo de los 160 años del fallecimiento de este “pastor con olor a oveja”, Francisco ha escrito una carta a todos los sacerdotes agradeciéndoles “la fidelidad a los compromisos contraídos”. En su mensaje reconoce como “todo un signo que, en una sociedad y una cultura que convirtió “lo gaseoso” en valor, existan personas que apuesten y busquen asumir compromisos que exigen toda la vida”.
El Papa se dirige especialmente a los sacerdotes que “trabajan en la ‘trinchera’” llevando sobre sus espaldas “el peso del día y del calor expuestos a un sinfín de situaciones y que ‘dan la cara’ cotidianamente sin darse tanta importancia”.
“Como hermano mayor y padre también quiero estar cerca, en primer lugar para agradecerles en nombre del santo Pueblo fiel de Dios todo lo que recibe de vosotros”, escribe Francisco quien invita a no caer en el desánimo a estos sacerdotes que “escriben las páginas más hermosas de la vida sacerdotal”, pese a las dificultades de los últimos tiempos debidas a los escándalos de abusos sexuales. Pero el Santo Padre también reconoce que le “consuela encontrar pastores que, al constatar y conocer el dolor sufriente de las víctimas y del Pueblo de Dios, se movilizan, buscan palabras y caminos de esperanza”.
Francisco recuerda que aunque estos casos parece que han desprestigiado el sacerdocio, “el Señor está purificando a su Esposa y nos está convirtiendo a todos a Sí. Nos está salvando de la hipocresía y de la espiritualidad de las apariencias”.
Les invita a no caer en “la tristeza dulzona” “que lleva al acostumbramiento y conduce paulatinamente a la naturalización del mal y a la injusticia con el tenue susurrar del “siempre se hizo así””. Les dice que cuando eso les suceda miren a la Virgen María e invoquen al Espíritu Santo para que les saque “de la modorra”.
Además les da las gracias “por la alegría con la que han sabido entregar sus vidas”; “por fortalecer los vínculos de fraternidad y amistad en el presbiterio y con vuestro obispo”; “por el testimonio de perseverancia y “aguante” en la entrega pastoral; por ser “como el samaritano de la parábola; y “por celebrar diariamente la Eucaristía”.
Por último, les hace una recomendación: que “no se aíslen de su gente y de los presbiterios o comunidades. Menos aún se enclaustren en grupos cerrados y elitistas”.