La atmósfera que se respiraba en el Coliseo era envolvente: la cruz fue llevada en brazos mientras a lo largo de las 14 estaciones se describía con crudeza el drama del tráfico de seres humanos, especialmente de niñas y mujeres.
“Pensemos en los niños de diversas partes del mundo. Como una menor de edad de cuerpo diminuto, encontrada una noche en Roma, a la que hombres en automóviles lujosos hacían fila para aprovecharse de ella. Y, sin embargo, podía tener la misma edad de sus hijas...”.
Prostitución, hambre y soledad. Los textos describieron la dura realidad que afrontan diariamente refugiados y migrantes abandonados a su suerte mientras algunos países les cierran sus puertas.
'¿Dónde están los nuevos cireneos del tercer milenio? Su ejemplo nos inspire para comprometernos a no hacer sentir la soledad a cuantos agonizan hoy en los demasiados calvarios esparcidos por el mundo, como los campos de acogida parecidos a los de concentración, en los países de tránsito, las embarcaciones a las que se les niega un puerto seguro”.
Al finalizar el Vía Crucis el Papa recitó una dura y autocrítica letanía de crímenes, delitos, pecados que flagelan el mundo, a las personas, al medio ambiente y que en ocasiones son cometidos por miembros de la propia Iglesia, como los abusos.
FRANCISCO
“Señor Jesús, ayúdanos a ver en Tu Cruz todas las cruces del mundo. La cruz de los pequeños, heridos en su inocencia y en su pureza; la cruz de la humanidad que vaga en la oscuridad de la incertidumbre y en la oscuridad de la cultura de lo pasajero. Señor Jesús, reaviva en nosotros la esperanza de la resurrección y de Tu definitiva victoria contra todo mal y toda muerte. Amén”.
A lo largo de todo el Vía Crucis el Papa mantuvo el rostro compungido. El Viernes Santo es un día que sume a toda la cristiandad en silencio porque se contempla el peso del mal.