En su homilía en Casa Santa Marta, el Papa Francisco reflexionó sobre la actitud tierna y humilde que Jesús siempre tuvo hacia los demás, incluso cuando fue perseguido.
FRANCISCO
“El pastor, en los momentos difíciles, en los momentos en que se desata el diablo, cuando el pastor es acusado, pero acusado por el Gran Acusador a través de tanta gente, tantos poderosos, sufre, ofrece su vida y reza”.
El Papa pidió a los obispos que imiten a Jesús y estén cerca de todos, pero que tengan cuidado de los poderosos e ideólogos porque, dice, son “almas envenenadas”.
RESUMEN DE LA HOMILÍA EN ESPAÑOL
(Fuente: Radio Vaticana)
En el Evangelio, cuando Jesús no estaba con la gente, estaba con el Padre, orando. Y la mayor parte del tiempo en la vida de Jesús, en la vida pública de Jesús, Él la pasó en la calle, con la gente. Esta cercanía: la humildad de Jesús, es lo que le da autoridad a Jesús, lo acerca a las personas. Él tocaba a la gente, abrazaba a la gente, miraba a la gente a los ojos, escuchaba a la gente. Cercano. Y esto le daba autoridad
Y hay dos rasgos de esta compasión que me gustaría enfatizar: la mansedumbre y la ternura. Jesús dice: 'Aprended de mí que soy humilde y amable de corazón': amable de corazón. Esa mansedumbre. Él era amable, no regañaba. No castigaba a la gente. Era amable. Siempre con mansedumbre. ¿Se enfadaba Jesús? ¡Sí! Pensemos a cuando vio la casa de su padre convertida en un negocio, para vender cosas, cambiar monedas ... allí se enfadó, tomó la fusta y mandó fuera a todos. Pero porque amaba al Padre, porque era humilde ante el Padre, tenía esta fortaleza.
Cuando la gente lo insultaba, aquel Viernes Santo, y gritaba 'crucifíquenlo', él permanecía en silencio porque tenía compasión de aquellas personas engañadas por los poderosos del dinero, del poder ... Él estaba en silencio. Rezaba. El pastor, en los momentos difíciles, en los momentos en que se desata el diablo, cuando el pastor es acusado, pero acusado por el Gran Acusador a través de tanta gente, tantos poderosos, sufre, ofrece su vida y reza. Y Jesús oró. La oración también le llevó a la Cruz, con fortaleza; e incluso allí tenía la capacidad de acercarse y curar el alma del Ladrón arrepentido.