Muchos conocen el drama de los refugiados, pero pocos se detienen a pensar en las historias que se esconden tras cada una de estas personas dispuestas a hacer cualquier cosa para salvar sus vidas.
Libia se ha convertido en un mercado de esclavos, allí la tortura y la violación de los derechos humanos es el pan de cada día. Un agujero negro sin salida que atrapa a quienes huyen sin destino fijo, y los traficantes no tardan en oler su desesperación.
Mossa tiene 27 años y escapó de Mali para poder sobrevivir. Su primera parada fue Algeria, allí deambulaba y dormía en la calle hasta que alguien le ofreció ayuda y un trabajo en Libia. Él lo creyó. Lo llevaron a una granja donde fue esclavizado y denigrado durante seis meses.
MOSSA
“El día que pedí mi paga fue cuando me di cuenta de que era un esclavo. Me respondió: “Yo a ti no te debo nada”.
Escapó con la ayuda de otro joven, Bambau, que lo llevó a trabajar al campo con él. Pero una noche iba por la calle y dos hombres que decían ser policías lo pararon. No tenía documentación, entonces lo llevaron a una cárcel. Pero no era una cárcel normal, era una cárcel de esclavos.
La tristeza en sus ojos habla por él cada vez que recuerda los duros episodios, pero se esfuerza por sonreir a pesar del dolor sufrido a su corta edad.
MOSSA
“Había otros chicos allí y allí nos pegaban, te someten a todo tipo de torturas mientras te graban con una cámara. Te piden que llames a tu familia para que les manden dinero y si tu familia no accede es peor... Porque te pegan más. Hay personas que han muerto delante de mis ojos”.
Los padres de Mossa habían fallecido años antes, y la desgracia de no tener a nadie a quien llamar fue precisamente lo que le salvó la vida.
MOSSA
“Después de mucho tiempo se dieron cuenta de que yo no les servía para nada porque nadie les podía mandar dinero. Había personas que llamaban a sus familiares y éstos mandaban dinero, pero de mí nunca pudieron recibir nada. Me tiraron a la calle para liberar un puesto para otra persona. No eran policías, eran traficantes”.
Cuando lo liberaron no se lo creía, tenía que huir de Libia. Un mes después, subió a una embarcación de goma junto a otras 150 personas, tras 3 días y noches de infierno en el mar, fue rescatado y llevado hasta Sicilia. Poco después viajó hasta Roma para buscar ayuda.
Fue así como encontró el Centro Astalli, una institución de los jesuitas que ayuda a migrantes y refugiados. Cada año atienden a 21.000 personas en Roma, allí les ofrecen todo el apoyo para que recuperen su dignidad, su confianza y sus sueños.
MOSSA
“Yo tengo que darle gracias a Dios, es quien más me ha dado fuerza después de todo esto, porque es verdad que he pasado por muchas dificultades, pero hay personas que están mucho peor que yo, personas que siguen siendo esclavizadas. ¿Qué dicen ellos? Pienso en ellos y ellos me dan fuerza para continuar... La vida es dura, pero tenemos que seguir luchando”.
El centro le ha brindado la oportunidad de ir a clases de italiano y de cocina. Le encantaría ser un gran chef y acaba de pasar unas pruebas para trabajar en un restaurante. Aunque asegura que lo que más feliz le haría sería poder retomar sus estudios de Derecho para defender a otras personas, porque él más que nadie sabe lo que es haber sido privado de todos sus derechos.