¿CUÁL ES EL PROBLEMA?
El 6 de diciembre, el presidente de los Estados Unidos decidió tensar más la ya de por sí complicada situación en Oriente Medio con un anuncio que había hecho en campaña electoral pero nadie creía que llevaría a cabo: Reconocer a Jerusalén como la capital del Estado de Israel. La decisión de trasladar la embajada estadounidense de Tel Aviv a Jerusalén ha provocado enormes tensiones en todo el mundo árabe y la dura reacción de líderes políticos y religiosos.
¿POR QUÉ ES TAN DELICADA LA CUESTIÓN?
En 1947 la ONU aprobó el Plan de Partición de Palestina y, desde entonces, el estatuto de Jerusalén no se ha fijado. Iba a ser la ONU la que administrase la ciudad pero la guerra árabe-israelí del 1948 partió la ciudad en dos. La parte Este quedó administrada por Jordania y la Oeste por Israel. En la Guerra de los Seis Días de 1967 Israel conquistó toda la ciudad. Los israelíes consideran a Jerusalén como su capital única e indivisible. Los palestinos reclaman la zona Este. En 1980 la ONU pidió a todos los países que retirasen sus embajadas de la Ciudad Santa que, hoy en día, está gobernada en su totalidad por la administración israelí. Hasta el pronunciamiento de Trump, ningún país de peso había prestado atención a las pretensiones de ninguna de las dos partes.
Dentro de la ciudad habría otro problema. Los cristianos denuncian “una campaña sistemática” de presión por parte de las autoridades israelíes. En señal de protesta, el Santo Sepulcro mantuvo sus puertas cerradas durante tres días. Las comunidades cristianas se oponen a la decisión del ayuntamiento de Jerusalén de cobrar tasas a los edificios de las iglesias no dedicados al culto. También al proyecto de ley del ejecutivo de Netanyahu que permitiría expropiar con carácter retroactivo las tierras vendidas por las iglesias a empresas o civiles. Los cristianos estiman que es una medida discriminatoria ya que regularía el derecho de propiedad, el alquiler y las transacciones solo de los terrenos de las Iglesias.
¿QUÉ DICE EL PAPA?
El Papa Francisco tuvo una especial intuición sobre el asunto y, antes incluso de que Donald Trump hiciera su polémico anuncio, ya previno de las consecuencias de tocar el status quo.
FRANCISCO
25 de octubre, 2017
“La Ciudad Santa, cuyo Status Quo tiene que ser defendido y preservado, tendría que ser un lugar donde todos puedan convivir pacíficamente. De lo contrario continuará para todos la espiral de sufrimiento”.
Cuando Trump hizo el anuncio en diciembre, Francisco se apresuró a pedir sabiduría y prudencia.
FRANCISCO
6 de diciembre, 2017
“Pido al Señor que esta identidad sea preservada y reforzada en beneficio de Tierra Santa, de Oriente Medio y de todo el mundo, y que prevalezcan sabiduría y prudencia para evitar que se añadan nuevos elementos de tensión en un panorama mundial ya convulso y marcado por tantos crueles conflictos”.
Donald Trump llamó por teléfono a Mahmoud Abbas, presidente de la Autoridad Nacional Palestina, para informarle de su decisión. Este, a su vez, llamó a Francisco para expresarle su preocupación por la medida.
Prueba de la agitación provocada por la administración Trump fue el viaje relámpago del rey Abdullá II de Jordania al Vaticano para hablar con el Papa. Francisco y el monarca hachemita coincidieron en la necesidad de “salvaguardar los derechos de palestinos, musulmanes y cristianos en Jerusalén, una clave para la paz y la estabilidad regionales” y el respeto del statu quo.
Dos días después de la reunión del Papa y el rey jordano, la Asamblea de la ONU exigió a Trump que dé marcha atrás.
Otro jefe de Estado que ha visitado a Francisco preocupado por el futuro de Jerusalén tras la decisión de la administración Trump ha sido el presidente de Turquía, Recep Tayip Erdogán.