Francisco comenzó su última jornada en Perú acompañado por 500 religiosas peruanas de varios monasterios de vida contemplativa. Junto a ellas rezó la hora media en el Santuario del Señor de los Milagros, el patrón de Perú.
Tras el saludo de la Madre Soledad, Superiora de las Hermanas Carmelitas, el Papa les dirigió una breve homilía y primero les hizo una confesión.
FRANCISCO
“Al verlas a ustedes aquí me viene un mal pensamiento: Que aprovecharon para salir del convento un rato y dar un paseíto”.
El Papa les dijo que su vida dedicada a la oración traspasa los muros de sus conventos porque hace mucho bien a las personas por las que rezan.
FRANCISCO
“Ustedes son como los amigos que llevaron al paralítico ante el Señor, para que lo sanara. No tenían vergüenza, eran sin-vergüenza, pero bien dicho. No tuvieron vergüenza de hacer un agujero en el techo y bajar al paralitico. Sean sin-vergüenza, no tengan vergüenza de hacer con la oración que la miseria de los hombres se acerque al poder de Dios”.
Reconoció que su oración cura las llagas de muchas personas y por eso, invitó a las
religiosas a tener siempre un corazón abierto.
FRANCISCO
“Por esto mismo podemos afirmar que la vida de clausura no encierra ni encoge el corazón, sino que lo ensancha. ¡Ay de la monja que tiene el corazón encogido! Por favor busque un remedio, no se puede ser monja contemplativa con el corazón encogido, que vuelva a respirar, que vuelva a ser un corazón grande”.
Por último, las pidió que cuiden el ambiente de los conventos para evitar convertirse en “monjas terroristas”, aquellas que con los chismes terminan destruyéndolo todo.