Con este canto en lengua quechua, al compás de este tambor y con la tradicional vestimenta nativa indígena, llegan hasta Roma desde La Rioja, en Argentina.
Son los Aillis, y se preparan para celebrar su gran fiesta el 31 de diciembre: el Tinkunaco.
Es una fiesta de origen colonial, con tintes históricos y culturales, que se ha convertido también en una manifestación católica de fe, pues para estos cristianos simboliza el encuentro de Dios con su pueblo.
Han venido hasta Roma para recibir la bendición de Francisco, pero también para hacerle una petición especial: su apoyo para que la fiesta se convierta en patrimonio cultural intangible de la humanidad.
“[El Papa] está en conocimiento de esta fiesta, de lo que nosotros hacemos. Nos ha recibido, ha recordado su tiempo en la Argentina y nos ha prometido esa adhesión tan deseada para poder acudir a la UNESCO”.
Los Aillis dicen que con esta fiesta manifiestan su amor por Dios y le rinden homenaje. La imagen del Niño Jesús vestido de alcalde resolvió las duras tensiones con los colonizadores españoles, porque ambas partes aceptaron que la principal autoridad es Dios.
“Quien gobierna en la Tierra, Dios en Cristo, y el español, el hombre. Entonces, en esa conjunción del Niño alcalde, nosotros hemos recibido por herencia la obediencia hacia nuestro Gobierno y hacia la Iglesia católica”.
También estas esferas tienen un valor religioso, pues representan los siete sacramentos cristianos. Componen el arco del triunfo, que acompaña siempre al “inga”, el líder de la cofradía.
Así, con todo el colorido de sus ornamentos y la alegría tras recibir el saludo de Francisco, regresan a La Rioja, Argentina, con entusiasmo por volver a celebrar su tan deseado Tinkunaco.