En silencio y solo. Francisco quiso visitar Auschwitz no para hablar sino para escuchar. Atravesó la mítica entrada donde los prisioneros podían leer este perverso mensaje: 'el trabajo libera'; y allí, sentado en un sencillo banco, estuvo unos 15 minutos rezando en silencio.
Como hizo ante el monumento que recuerda el genocidio de los armenios, el Papa quiso que su visita al campo de concentración nazi tuviera el mismo tono: el del recuerdo silencioso de una tragedia que muestra el lado más cruel del ser humano.
Saludó uno a uno a 10 supervivientes del Holocausto en la plaza donde los prisioneros eran fusilados; frente al 'muro de la muerte', hoy reconstruido. A sus pies el Papa depositó una vela y apoyó con fuerza la mano sobre él.
Francisco cumplió su deseo de rezar durante unos minutos en la diminuta celda oscura donde murió San Maximiliano Kolbe, el fraile franciscano que se ofreció a morir en lugar de otro preso, padre de familia. Al terminar dejó escrito este mensaje.
En Birkenau, se escuchó el Salmo 130, el dolorido canto del desesperado que pide ayuda a Dios desde las profundidades y rindió homenaje al memorial por las personas que murieron en los campos de concentración durante la II Guerra Mundial. Entre los asistentes también había 25 personas que salvaron judíos del Holocausto.
Francisco quiso una visita silenciosa, visita destinada a contemplar; quizás porque no hay palabras que describan uno de los mayores horrores de la historia.