Durante su homilía de este jueves en Casa Santa Marta, el Papa Francisco recordó la parábola del rico Epulón, un hombre que vestía la mejor ropa y acudía a las mejores cenas, pero no se dio cuenta de que a la puerta de su casa estaba Lázaro, un hombre lleno de heridas.
PAPA FRANCISCO
'Y aquel Lázaro con sus necesidades y sus miserias, sus enfermedades, era precisamente el Señor que llamaba a la puerta para que este hombre abriera su corazón y la misericordia pudiera entrar. Pero no, él no veía, estaba cerrado en sí mismo: para él, más allá de la puerta, no había nada'.
Francisco también reflexionó sobre lo que llamó la burbuja de la vanidad. Dijo que la incapacidad de ver a otros les impide ver el mundo que hay fuera de sus puertas cerradas.
Entre los que acudieron a la Misa se encontraba el sacerdote iraquí Dhiya Azziz, dos veces secuestrado por el Estado Islámico.
EXTRACTOS DE LA HOMILíA DEL PAPA
(Fuente: Radio Vaticana)
'Pero era un hombre cerrado, encerrado en su pequeño mundo el mundo de los banquetes, de los vestidos, de la vanidad, de los amigos un hombre encerrado, precisamente en una burbuja, allí, de vanidad. No tenía capacidad de mirar más allá, solamente a su propio mundo. Y este hombre no se daba cuenta de lo que sucedía fuera de su mundo cerrado. No pensaba, por ejemplo, a las necesidades de tanta gente o a la necesidad de compañía de los enfermos, solamente pensaba en él, en sus riquezas, en su buena vida.
'Uno hombre que no ha dejado herencia, no ha dejado vida, porque solamente estaba cerrado en sí mismo. Y es curioso, subraya el Papa Francisco, que 'había perdido el nombre. El Evangelio no dice cómo se llamaba, solamente dice que era un hombre rico, y cuando tu nombre es solamente un adjetivo es porque has perdido, has perdido sustancia, has perdido fuerza:
'Éste es rico, éste es potente, éste puede hacer de todo, éste es un sacerdote en carrera, un obispo en carreraâ? Cuántas veces a nosotros nos sale nombrar a la gente con adjetivos, no con nombres, porque no tienen sustancia. Pero yo me pregunto: ¿Dios que es Padre, no tuvo misericordia de este hombre? ¿No ha llamado a su corazón para moverlo? Pero sí, estaba en la puerta, estaba en la puerta en la persona de aquel Lázaro, que sí tenía nombre. Y aquel Lázaro con sus necesidades y sus miserias, sus enfermedades, era precisamente el Señor que llamaba a la puerta para que este hombre abriera su corazón y la misericordia pudiera entrar. Pero no, él no veía, solamente estaba cerrado: para él, más allá de la puerta, no había nada.
'¿Yo estoy en el camino de la vida o en el camino de la mentira? ¿Cuántos cerrazones tengo en mi corazón todavía? ¿Dónde está mi alegría: en el hacer o en el decir? ¿En el salir de mí mismo para ir al encuentro de los demás, para ayudar? ¡Las obras de misericordia, eh! ¿O mi alegría es tener todo arreglado, encerrado en mí mismo? Pidamos al Señor, mientras pensamos esto, sobre nuestra vida, la gracia de ver siempre a los Lázaros, que están en nuestra puerta, los Lazaro, que llaman al corazón, y salir de nosotros mismos con generosidad, con actitud de misericordia, para que la misericordia de Dios pueda entrar en nuestro corazón.