Discurso completo del Papa Francisco a trabajadores y empresarios en Ciudad Juárez

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17/02/2016
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Queridos hermanos y hermanas 

He querido encontrarme con ustedes aquí­ en esta tierra de Juárez, por la especial relación que esta ciudad tiene con el mundo del trabajo. No sólo les agradezco el saludo de bienvenida y sus testimonios, que han puesto de manifiesto los desvelos, las alegrí­as y esperanzas que experimentan en sus vidas, sino que quisiera agradecerles también esta oportunidad de intercambio y reflexión. 

Todo lo que podamos hacer para dialogar, para encontrarnos, para buscar mejores alternativas y oportunidades es ya un logro a valorar y resaltar. Obviamente que no alcanza, pero hoy en dí­a no podemos darnos el lujo de cortar toda instancia de encuentro, de debate, de confrontación, de búsqueda. Es la única manera que tendremos de poder ir construyendo el mañana, ir tejiendo relaciones sostenibles capaces de generar el andamiaje necesario que, poco a poco, irá reconstruyendo los ví­nculos sociales tan dañados por la falta de comunicación, tan dañados por la falta de respeto a lo mí­nimo necesario para una convivencia saludable. Gracias, y que esta instancia sirva para construir futuro y sea una buena oportunidad de forjar el México que su pueblo y que sus hijos se merecen. 

Me gustarí­a detenerme en este último aspecto. Hoy están aquí­ diversas organizaciones de trabajadores y representantes de cámaras y gremios empresariales. A primera vista podrí­an considerarse como antagonistas, pero los une una misma responsabilidad: buscar generar espacios de trabajo digno y verdaderamente útil para la sociedad y especialmente para los jóvenes de esta tierra. Uno de los flagelos más grandes a los que se ven expuestos sus jóvenes es la falta de oportunidades de estudio y de trabajo sostenible y redituable que les permita proyectarse, generando en muchos casos situaciones de pobreza. Y esta pobreza es el mejor caldo de cultivo para que caigan en el cí­rculo del narcotráfico y de la violencia. Es un lujo que nadie se puede dar; no se puede dejar solo y abandonado el presente y el futuro de México. 

Desgraciadamente, el tiempo que vivimos ha impuesto el paradigma de la utilidad económica como principio de las relaciones personales. La mentalidad reinante propugna la mayor cantidad de ganancias posibles, a cualquier tipo de costo y de manera inmediata. No sólo provoca la pérdida de la dimensión ética de las empresas sino que olvida que la mejor inversión que se puede realizar es invertir en la gente, en las personas, en sus familias. La mejor inversión es crear oportunidades. La mentalidad reinante pone el flujo de las personas al servicio del flujo de capitales provocando en muchos casos la explotación de los empleados como si fueran objetos a usar y tirar (cf. Laudato siâ??, 123). Dios pedirá cuenta a los esclavistas de nuestros dí­as, y nosotros hemos de hacer todo lo posible para que estas situaciones no se produzcan más. El flujo del capital no puede determinar el flujo y la vida de las personas. 

No son pocas las veces que, frente a los planteos de la Doctrina Social de la Iglesia, se salga a cuestionarla diciendo: «Estos pretenden que seamos organizaciones de beneficencia o que transformemos nuestras empresas en instituciones de filantropí­a». La única pretensión que tiene la Doctrina Social de la Iglesia es velar por la integridad de las personas y de las estructuras sociales. Cada vez que, por diversas razones, ésta se vea amenazada, o reducida a un bien de consumo, la Doctrina Social de la Iglesia será voz profética que nos ayudará a todos a no perdernos en el mar seductor de la ambición. Cada vez que la integridad de una persona es violada, toda la sociedad es la que, en cierta manera, empieza a deteriorarse. Y esto no es en contra de nadie, sino a favor de todos. Cada sector tiene la obligación de velar por el bien del todo; todos estamos en el mismo barco. Todos tenemos que luchar para que el trabajo sea una instancia de humanización y de futuro; que sea un espacio para construir sociedad y ciudadaní­a. Esta actitud no sólo genera una mejora inmediata, sino que a la larga va transformándose en una cultura capaz de promover espacios dignos para todos. Esta cultura, nacida muchas veces de tensiones, va gestando un nuevo estilo de relaciones, un nuevo estilo de Nación. 

¿Qué mundo queremos dejarles a nuestros hijos? Creo que en esto la gran mayorí­a podemos coincidir. Ese es precisamente nuestro horizonte, esa es nuestra meta y, por ello, hoy tenemos que unirnos y trabajar. Siempre es bueno pensar qué me gustarí­a dejarles a mis hijos; también es una buena medida para pensar en los hijos de los demás. ¿Qué quiere dejar México a sus hijos? ¿Quiere dejarles una memoria de explotación, de salarios insuficientes, de acoso laboral? ¿O quiere dejarles la cultura de la memoria de trabajo digno, del techo decoroso y de la tierra para trabajar? ¿En qué cultura queremos ver nacer a los que nos seguirán? ¿Qué atmósfera van a respirar? ¿Un aire viciado por la corrupción, la violencia, la inseguridad y desconfianza o, por el contrario, un aire capaz de generar alternativas, generar renovación y cambiamiento? 

Sé que lo planteado no es fácil, pero sé también que es peor dejar el futuro en manos de la corrupción, del salvajismo, de la falta de equidad. Sé que no es fácil muchas veces armonizar todas las partes en una negociación, pero sé también que es peor, y nos termina haciendo más daño, la carencia de negociación y la falta de valoración. Sé que no es fácil poder congeniar en un mundo cada más competitivo, pero es peor dejar que el mundo competitivo termine determinando el destino de los pueblos. El lucro y el capital no son un bien por encima del hombre, están al servicio del bien común. Y, cuando el bien común es forzado para estar al servicio del lucro, y el capital la única ganancia posible, eso se llama exclusión. 

Comenzaba agradeciéndoles la oportunidad de estar juntos, quiero invitarlos a soñar en México, a construir el México que sus hijos se merecen; el México donde no haya personas de primera segunda o cuarta, sino el México que sabe reconocer en el otro la dignidad del hijo de Dios. 

Que la Guadalupana, que se manifestó a Juan Diego, y reveló cómo los aparentementelado eran sus testigos privilegiados, los ayude y acompañe en esta construcción.

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