Manzanas podridas: La Iglesia ante los abusos sexuales from ROME REPORTS on Vimeo.
Boston. Enero de 2002
Hay dos elementos que se repiten en las crisis de abusos sexuales: un sacerdote que abusa de menores y un obispo que no lo aparta inmediatamente del contacto con niños.
El 6 de enero de 2002 el Boston Globe publicó la historia del sacerdote John Geoghan, quien durante 30 años había abusado de más de 130 niños. El cardenal de Boston, Bernard Law pensaba que para atenuar el problema bastaba cambiar de parroquia al sacerdote. Por eso John Geoghan pasó por media docena de parroquias: un cambio cada vez que los padres denunciaban al arzobispado los abusos que el sacerdote cometía con sus hijos.
El caso Geoghan desató una oleada de denuncias contra otros obispos norteamericanos que también habían preferido evitar el escándalo en lugar de anteponer la seguridad de los niños.
El Papa convocó en el Vaticano a todos los cardenales de Estados Unidos para que le informasen personalmente sobre los escándalos de abusos sexuales.
Juan Pablo II
24 abril 2002
'Todos deben saber que no hay sitio en el sacerdocio y en la vida religiosa para quienes hacen daño a los jóvenesâ?.
Esta frase cambió la historia. Los obispos tendrían que sacar del cesto la manzana podrida antes de que manchase al resto de la Iglesia.
Tras el encuentro en el Vaticano, todos los obispos americanos se reunieron en Dallas y firmaron un documento titulado 'Carta para la Protección de Niños y Jóvenesâ?. Proponen que sea obligatorio para el obispo denunciar el abuso a las autoridades y que se expulse al sacerdote tras el primer delito contra un menor.
Para que las indicaciones se conviertan en normas obligatorias para los obispos, es necesaria la autorización del Vaticano. Cuatro obispos americanos viajaron a Roma para negociar una fórmula que les permitiese expulsar inmediatamente a los sacerdotes culpables.
JOHN ALLEN
Vaticanista y escritor
'Algunos altos cargos del Vaticano pensaban que esta política agresiva conocida como 'un fallo y te vasâ?? era lo que la Iglesia necesitaba. Otros se opusieron totalmente porque la veían como una traición a la larga tradición del Derecho Canónico de la Iglesiaâ?.
Sólo un cardenal apoya plenamente en su determinación a los cuatro obispos americanos: el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Joseph Ratzinger. Su apoyo es decisivo para obtener lo que buscaban. Y gracias e él lo consiguen.
JOHN ALLEN
Vaticanista y escritor
'Los obispos americanos propusieron no sólo un conjunto de políticas, sino normas reales obligatorias. Vinieron a Roma para conseguir la aprobación, lo que técnicamente se llama 'recognitio' y después de cierto regateo la consiguieron. Así que en 2002 no tenemos sólo un clima de buena voluntad o de acuerdos entre caballeros, sino una ley que los obispos están obligados a seguirâ?.
Como resultado, las propuestas se convirtieron en las 'Essential Normsâ?, normas esenciales, obligatorias para cada obispo americano.
Las normas se aprobaron el 8 de diciembre de 2002. A partir de ese momento comienza en Estados Unidos la expulsión de sacerdotes culpables y la dimisión de obispos que no habían sido enérgicos ante el problema.
El 19 de marzo de 2010, Benedicto XVI escribió una extensa carta a los católicos de Irlanda sobre los abusos. En la carta, el Papa identificaba cuatro circunstancias que han agravado esta crisis.
- la inadecuada selección de los candidatos al sacerdocio,
- la insuficiente formación espiritual y moral en los seminarios,
- la tendencia social a proteger a los clérigos
- una preocupación errónea por la reputación de la Iglesia y por evitar escándalos, que lleva a no aplicar las penas canónicas y a no salvaguardar la dignidad de las víctimas como personas humanas.
JOHN ALLEN
Vaticanista y escritor
'Durante décadas existía la cultura de proteger el buen nombre de la Iglesia. Significaba mantener el abuso escondido. Había una moralidad tribal en el clero porque su deber más importante era mantener a salvo a los miembros del club en peligro. Lo cual significa olvidarse de los derechos de los niños, sus padres, sus familias, la Iglesia entera y la sociedadâ?.
'Hoy la situación es completamente diferente. Si llega una acusación creíble contra un sacerdote católico en cualquier lugar del mundo, puedes estar seguro de que sucederán dos cosas. Una, el obispo retirará del ministerio al sacerdote y dos, será denunciado a la policíaâ?.
El abuso de menores es una herida grave, por desgracia tan antigua como la humanidad. Pero es mucho más dolorosa cuando la provoca una persona que dedica su vida a Dios.
Por eso, las buenas intenciones no bastan: en los lugares donde no se haga limpieza, las manzanas podridas, seguirán haciendo daño a nuevas víctimas y dañando la imagen de los sacerdotes.
Igual que en el siglo XIX se logró terminar con el mercado legal de esclavos, el abuso de menores puede pasar también a ser sólo un triste recuerdo del pasado.
La Iglesia católica tiene la oportunidad de liderar una revolución histórica. Una diócesis sin abuso de menores es un modelo y un primer paso para una sociedad sin ese tipo de crímenes.