Queridas Beatitudes, Eminencias, Excelencias, hermanos y hermanas,
La Iglesia retoma hoy el diálogo iniciado con la convocatoria del Sínodo extraordinario sobre la familia, y ciertamente mucho antes, para evaluar y reflexionar juntos el texto del Documento de Trabajo, elaborado a partir del Informe del Sínodo y las respuestas de las Conferencias episcopales y los organismos que tenían derecho a participar.
El Sínodo, como sabemos, significa 'caminar juntosâ? con espíritu de colegialidad y de sinodalidad, adoptando valientemente la valentía, el celo pastoral y doctrinal, la sabiduría, la franqueza y poniendo siempre delante de nuestros ojos el bien de la Iglesia, de las familias y la suprema lex: la Salus animarum (la salvación de las almas).
Quisiera recordar que el Sínodo no es un congreso ni un locutorio de convento; no es un parlamento ni un senado, donde nos ponemos de acuerdo. El Sínodo, en cambio, es una expresión eclesial, es decir la Iglesia que 'camina unidaâ? para leer la realidad con los ojos de la fe y con el corazón de Dios; es la Iglesia que se interroga sobre la fidelidad al depósito de la fe, que no es un museo al que mirar, y tampoco al que proteger, sino que es una fuente viva de la que la Iglesia bebe, para irrigar y llenar el depósito de la vida.
El Sínodo se mueve necesariamente en el seno de la Iglesia y dentro del santo pueblo de Dios, del cual formamos parte en calidad de pastores, es decir, siervos. El Sínodo, además, es un espacio protegido donde la Iglesia experimenta la acción del Espíritu Santo. En el Sínodo el Espíritu habla a través de la lengua de todas las personas que se dejan conducir por Dios que sorprende siempre, por el Dios que se revela a los pequeños, y se esconde a los sabios y los inteligentes; por el Dios que ha creado la ley y el sábado para el hombre y no viceversa; por el Dios que deja las 99 ovejas para buscar la única oveja perdida; por el Dios que es siempre más grande de nuestras lógicas y nuestros cálculos.
Recordamos que el Sínodo podrá ser un espacio de la acción del Espíritu Santo solo si quienes participamos nos revestimos de coraje apostólico, de humildad evangélica y de oración confiada: el coraje apostólico que no se deja asustar de frente a las seducciones del mundo, que tienden a apagar en el corazón de los hombres la luz de la verdad, sustituyéndola con pequeñas y pasajeras luces, y ni siquiera de frente al endurecimiento de algunos corazones, que a pesar de las buenas intenciones alejan a las personas de Dios; el coraje apostólico de llevar vida y no hacer de nuestra vida cristiana un museo de recuerdos; la humildad evangélica que sabe vaciarse de las propias convenciones y prejuicios para escuchar a los hermanos obispos y llenarse de Dios, humildad que lleva a apuntar el dedo no en contra de los otros, para juzgarlos, sino para tenderles la mano, para levantarlos sin sentirse nunca superiores a ellos.
La oración confiada es la acción del corazón cuando se abre a Dios, cuando se silencian nuestros ruidos para escuchar la suave voz de Dios que habla en el silencio. Sin escuchar a Dios, todas nuestras palabras serán solamente palabras que no sacian y no sirven. Sin dejarse guiar por el Espíritu, todas nuestras decisiones serán solamente decoraciones que en lugar de exaltar el Evangelio lo adornan y lo esconden.
Queridos hermanos, como he dicho, el Sínodo no es un parlamento donde para alcanzar un consenso o un acuerdo común se recurre al negociado, al acuerdo o a las componendas, sino que el único método del Sínodo es aquel en el que se abre al Espíritu Santo con coraje apostólico, con humildad evangélica y con oración confiada, de modo que sea él quien nos guía, nos ilumina y nos hace poner delante de los ojos, con nuestras opiniones personales, pero con la fe en Dios, la fidelidad al magisterio, el bien de la Iglesia y la Salus animarum (salvación de las almas).
Finalmente, quisiera agradecer de corazón a su Eminencia el cardenal Lorenzo Baldisseri, secretario general del Sínodo; su Excelencia monseñor Fabio Fabene, subsecretario; y con ellos agradezco el relator, su Eminencia el cardenal Péter Erdí¶ y el secretario especial, su Excelencia monseñor Bruno Forte, los presidentes delegados, los escritores, los consultores, los traductores y todos aquellos que han trabajado con verdadera fidelidad y total dedicación a la Iglesia. ¡Gracias de corazón!
Les doy las gracias igualmente a todos ustedes, queridos padres sinodales, delegados fraternos, auditores, auditoras y asesores, por su participación activa y fructuosa.
Envío un especial agradecimiento a los periodistas presentes en este momento y aquellos que lo siguen a distancia. Gracias por su apasionada participación y por su atención admirable.
Iniciamos nuestro camino invocando la ayuda del Espíritu Santo y la intercesión de la Sagrada Familia, Jesús, María y San José. Gracias.