MONS. FERNANDO SÁENZ LACALLE
Arzobispo Emerito de San Salvador ;
Me unía a Mons. Romero una vieja amistad. De hecho, con permiso del arzobispo organizaba periódicamente encuentros de sacerdotes, pequeñas convivencias de unas horas, mensuales, y el solía con frecuencia asistir.
Precisamente el día de su muerte, el 24 de marzo de 1980 tuvimos una reunión de estas. Pase a recogerle por la mañana, fuimos hasta la playa. Una anecdota un poco interesante es que nos habían dado la tarjeta para poder usar la casa, pero el guardián de la casa no estaba y no teníamos llaves para entrar, entonces tuvimos que escalar la balda que separaba el jardín de la casa, de la playa, y ya pudimos disfrutar del jardín, no de la casa que estaba cerrada. Ya por la tarde llegó el guardia.
Pero fue entonces una reunión extraordinariamente amable, e incluso con estas características de sencillez y hasta de pobreza, podríamos así decir, porque estuvimos sentados en el suelo a la sombra de unas palmeras, estudiando un documento que el había llevado y despues almorzando. ;
El grupo era pequeño porque lo habíamos aplazado a petición de el el día de la reunión, pero de todas maneras los temas fueron muy sacerdotales. Hubo un ambiente de fraternidad muy agradable, espiritualidad, y yo pienso que el Señor permitió que ese fuese una preparación para el momento culminante de su muerte.
Regresamos como a las tres y media, el nos advirtió que tenia una Misa esa tarde y que le convenía regresar temprano. Platicando en el carro tambien de los asuntos que habíamos tratado en la convivencia, y le deje en el hospitalito.
Al poco tiempo me llamaron por telefono avisándome de que había sido asesinado y salí a la Policlínica para administrarle los santos oleos, pero ya le habían dado la unción de enfermos.