Homilía completa del Papa Francisco en el Cenáculo

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26/05/2014
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HOMILíA DEL PAPA FRANCISCO DURANTE LA MISA EN EL CENíCULO


Queridos hermanos:


Es un gran don del Señor estar aquí­ reunidos, en el Cenáculo, para celebrar la Eucaristí­a. Aquí­, donde Jesús consumó la í?ltima Cena con los Apóstoles; donde, resucitado, se apareció en medio de ellos; donde el Espí­ritu Santo descendió abundantemente sobre Marí­a y los discí­pulos. Aquí­ nació la Iglesia, y nació en salida. Desde aquí­ salió, con el Pan partido entre las manos, las llagas de Jesús en los ojos, y el Espí­ritu de amor en el corazón.


En el Cenáculo, Jesús resucitado, enviado por el Padre, comunicó su mismo Espí­ritu a los Apóstoles y con esta fuerza los envió a renovar la faz de la tierra (cf. Sal 104,30).


Salir, marchar, no quiere decir olvidar. La Iglesia en salida guarda la memoria de lo que sucedió aquí­; el Espí­ritu Paráclito le recuerda cada palabra, cada gesto, y le revela su sentido.


El Cenáculo nos recuerda el servicio, el lavatorio de los pies, que Jesús realizó, como ejemplo para sus discí­pulos. Lavarse los pies los unos a los otros significa acogerse, aceptarse, amarse, servirse mutuamente. Quiere decir servir al pobre, al enfermo, al excluido.


El Cenáculo nos recuerda, con la Eucaristí­a, el sacrificio. En cada celebración eucarí­stica, Jesús se ofrece por nosotros al Padre, para que también nosotros podamos unirnos a Él, ofreciendo a Dios nuestra vida, nuestro trabajo, nuestras alegrí­as y nuestras penasâ?¦, ofrecer todo en sacrificio espiritual.


El Cenáculo nos recuerda la amistad. 'Ya no les llamo siervos â??dijo Jesús a los Doce-â?¦ a ustedes les llamo amigosâ? (Jn 15,15). El Señor nos hace sus amigos, nos confí­a la voluntad del Padre y se nos da Él mismo. Ésta es la experiencia más hermosa del cristiano, y especialmente del sacerdote: hacerse amigo del Señor Jesús.


El Cenáculo nos recuerda la despedida del Maestro y la promesa de volver a encontrarse con sus amigos. 'Cuando vayaâ?¦, volveré y les llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estén también ustedesâ? (Jn 14,3). Jesús no nos deja, no nos abandona nunca, nos precede en la casa del Padre y allá nos quiere llevar con Él. 


Pero el Cenáculo recuerda también la mezquindad, la curiosidad â??'¿quién es el traidor?â?-, la traición. Y cualquiera de nosotros, y no sólo siempre los demás, puede encarnar estas actitudes, cuando miramos con suficiencia al hermano, lo juzgamos; cuando traicionamos a Jesús con nuestros pecados.


El Cenáculo nos recuerda la comunión, la fraternidad, la armoní­a, la paz entre nosotros. ¡Cuánto amor, cuánto bien ha brotado del Cenáculo! ¡Cuánta caridad ha salido de aquí­, como un rí­o de su fuente, que al principio es un arroyo y después crece y se hace grandeâ?¦ Todos los santos han bebido de aquí­; el gran rí­o de la santidad de la Iglesia siempre encuentra su origen aquí­, siempre de nuevo, del Corazón de Cristo, de la Eucaristí­a, de su Espí­ritu Santo.


El Cenáculo, finalmente, nos recuerda el nacimiento de la nueva familia, la Iglesia, constituida por Cristo resucitado. Una familia que tiene una Madre, la Virgen Marí­a. Las familias cristianas pertenecen a esta gran familia, y en ella encuentran luz y fuerza para caminar y renovarse, mediante las fatigas y las pruebas de la vida. A esta gran familia están invitados y llamados todos los hijos de Dios de cualquier pueblo y lengua, todos hermanos e hijos de un único Padre que está en los cielos.


Éste es el horizonte del Cenáculo: el horizonte del Resucitado y de la Iglesia.


De aquí­ parte la Iglesia en salida, animada por el soplo del Espí­ritu. Recogida en oración con la Madre de Jesús, revive siempre la esperanza de una renovada efusión del Espí­ritu Santo: Enví­a, Señor, tu Espí­ritu, y renueva la faz de la tierra (cf. Sal 104,30).

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